¿Cómo reactivar el multilateralismo en un mundo multipolar?

16/03/2021 — Blog del AR/VP — En los debates sobre la política exterior de la UE es habitual la reflexión sobre los conceptos clave de multilateralismo y la multipolaridad. Este fue también el caso en mi reciente reunión con la Conferencia Interparlamentaria, por lo que pensé que podría ser útil especificar cómo entiendo yo estos conceptos y cómo se relacionan entre sí.

 

Todos sabemos que el multilateralismo es esencial en nuestra visión del mundo, pero también que está atravesando momentos difíciles. Sin embargo, con el nuevo Gobierno estadounidense, tenemos una oportunidad real de trabajar para su reactivación, aunque no sea una tarea fácil. En primer lugar, porque existen diferencias en todo el mundo sobre cómo reconstruir el multilateralismo; en segundo lugar, porque, en un mundo multipolar y fragmentado, la base geopolítica del multilateralismo está cambiando y, en tercer lugar, porque Europa, al igual que otros actores globales, tendrá que trabajar de una manera más enérgica para promover sus intereses en un mundo más transaccional.

Con esto quiero decir que, si queremos hacer avanzar algunos principios clave en la escena mundial, tenemos que recurrir a todo nuestro peso político a la hora de defenderlos y no limitarnos a confiar en su valor moral. Por ejemplo, puesto que los europeos queremos defender el principio de que las fronteras no puedan cambiarse recurriendo al uso de la fuerza, hemos adoptado sanciones contra Rusia por su intento de hacer precisamente eso en Ucrania. Quienes violan los principios fundamentales han de pagar un precio por su comportamiento. Por eso, tras mi última visita a Moscú, propuse abordar las relaciones entre la UE y Rusia sobre la base de tres elementos: la oposición, cuando Rusia infrinja el Derecho internacional; la contención, cuando Rusia pretenda debilitar nuestro sistema democrático, y el compromiso, cuando tengamos interés en trabajar con el régimen ruso.

 

«El mundo actual es cada vez más multipolar y menos multilateral».

 

El mundo actual es cada vez más multipolar y menos multilateral. El reto para Europa es conciliar ambas dimensiones, adaptándose a la nueva distribución de los centros de poder, y trabajando, al mismo tiempo, para reducir la división política del mundo en polos competidores.

En las tres últimas décadas hemos asistido a una rápida transformación en la distribución del poder en todo el mundo. Pasamos de una configuración bipolar entre 1945 y 1989 a una configuración unipolar entre 1989 y 2008, antes de entrar en lo que podríamos denominar la «multipolaridad compleja». Desde el punto de vista económico, por ejemplo, tenemos tres polos dominantes: Estados Unidos, China y la Unión Europea; sin embargo, desde el punto de vista político, el asunto es más complejo: en primer lugar, porque el sistema mundial se estructura, cada vez más, sobre una bipolaridad sino-americana emergente; en segundo lugar, porque hay importantes potencias políticas y militares que no son necesariamente potencias económicas al mismo nivel (como Rusia o, a escala regional, Turquía); en tercer lugar, porque hay actores que se encuentran en medio del escenario, como la UE, que tienen un fuerte peso económico pero son aún polos políticos en vías de consolidación. La ambición de lo que denominamos Europa geopolítica se basa, precisamente, en reducir la separación entre nuestro poder económico y nuestra influencia geopolítica.

 

«El desarrollo de Europa como polo político no es contrario a la defensa del multilateralismo, sino una condición esencial para su defensa efectiva».

 

Seamos claros: el desarrollo de Europa como polo político no es contrario a la defensa del multilateralismo, sino una condición esencial para su defensa efectiva. En primer lugar, el multilateralismo es ante todo una metodología concebida para regular las relaciones mundiales sobre la base de principios estables y transparentes que se aplican por igual a todos, independientemente de su tamaño, lo que significa que las normas son las mismas para un país pequeño que para una gran potencia. Sin embargo, como George Orwell puntualizó en Rebelión en la granja, sabemos que, aunque los Estados sean formalmente iguales, algunos son «más iguales» que otros.

El multilateralismo no es una varita mágica, pero puede reducir las diferencias de poder que existen entre los Estados haciendo que se relacionen mediante normas comunes. Esta es la razón por la que Europa y la gran mayoría de los Estados del mundo lo apoyan.

Ahora bien, las normas multilaterales no llueven del cielo. Son el reflejo de la situación actual y muy a menudo responden a las preferencias de los más poderosos. Si, por ejemplo, queremos ganar la batalla del Pacto Verde Europeo, tendremos que poner en marcha un mecanismo de ajuste en frontera por emisiones de carbono, que es indispensable pero también controvertido: indispensable porque sin este mecanismo nos enfrentaremos a fugas de carbono y desventajas comparativas para nuestras industrias, y controvertido porque muchos países lo ven como un mecanismo proteccionista, lo que no es cierto. Por lo tanto, este mecanismo debe ajustarse a la normativa de la OMC. Debemos construir alianzas sólidas con Estados afines y convencer a los más reacios a unirse a nosotros en este empeño.

Tenemos que pensar en el equilibrio de poderes y, al mismo tiempo, promover nuestros intereses. Somos una Unión basada en principios, pero los principios por sí solos no bastan para hacer política, y menos una política de éxito. Esta es la principal lección que debemos extraer de la situación mundial actual, en la que la política de poder va en aumento.

 

«No hay contradicción entre la política de poder y la defensa de valores. Al contrario: demostrar que no renunciamos a nuestros principios es una muestra de fuerza».

 

La segunda razón de la crisis del multilateralismo es que los valores liberales de 1945 están a la defensiva en nuestro mundo cambiante. Los discursos alternativos cuestionan a «Occidente» en todos los ámbitos: economía, sanidad, historia, libertades individuales o derechos humanos. Rusia, China y otros Estados consideran que cualquier debate sobre los derechos humanos en sus esferas de influencia constituye una violación de su soberanía, mientras que, para la UE, los derechos humanos son valores universales y una piedra angular de nuestra política exterior. Si Rusia intenta ahora eludir la Unión y tratar directamente con los Estados miembros es, sin duda, porque la UE tiene peso y puede oponerse a los objetivos rusos. De hecho, y contrariamente a lo que se cree generalmente, no existe contradicción alguna entre la política de poder y la defensa de valores. Al contrario: demostrar que no renunciamos a nuestros principios es una muestra de fuerza.

La base del multilateralismo en 1945 y su resurgimiento después de 1989 no fueron exclusivamente occidentales, pero sí firmemente liberales. En este orden multilateral y basado en normas, los europeos nos sentimos cómodos porque refleja esencialmente nuestras preferencias e intereses. En el mundo del mañana la situación será más difícil debido a las diferentes visiones sobre cómo ha de ser el sistema internacional. La voz liberal es simplemente una más entre otras. Los Estados que cuestionan esta visión quieren transformar el multilateralismo desde dentro y redefinirlo y están invirtiendo en instituciones multilaterales para hacer retroceder esta visión liberal.

Frente a esto, Europa necesita urgentemente demostrar la existencia de un punto de vista europeo y establecer alianzas con Estados afines. Debe ser capaz de forjar coaliciones por temas y ser más enérgica, más reactiva y más ágil. Una vez más, el equilibrio de poder no siempre redunda en nuestro favor. Europa defiende una diversidad de puntos de vista y no tiene ambiciones hegemónicas. Al mismo tiempo, debe velar por que esta postura no conduzca a un relativismo generalizado en el que cualquiera haga lo que desee dentro de sus propias fronteras. Por ello, nuestro compromiso con organizaciones internacionales como el Consejo de Derechos Humanos es muy importante.

 

«Tenemos tres objetivos a la hora de configurar el multilateralismo: consolidar lo que funciona, reformar lo que ya no funciona y ampliar el alcance del multilateralismo a nuevos ámbitos».

 

Hay una tercera razón por la que trabajamos para convertirnos en un polo político en un mundo multipolar: la necesidad de defender nuestras prioridades sobre cómo configurar el sistema multilateral. Tres son nuestros objetivos al respecto: consolidar lo que funciona, reformar lo que ya no funciona y ampliar el alcance del multilateralismo a nuevos ámbitos. Este es el mensaje principal de la nueva estrategia sobre el multilateralismo, recientemente aprobada por la Comisión y por mí como Alto Representante, que ofrece ideas concretas sobre el modo en que la UE pretende revitalizar y modernizar el sistema internacional basado en normas, en ámbitos prioritarios clave, como el comercio y la inversión, la sanidad, el cambio climático o las normas sobre nuevas tecnologías emergentes. La estrategia destaca el compromiso de invertir en asociaciones creativas, en particular con organizaciones regionales como la Unión Africana, la ASEAN y otras, para reforzar colectivamente las Naciones Unidas y otros foros multilaterales.

De hecho, el reto no es tanto modificar las normas internacionales, sino garantizar su aplicación. Ya no podemos limitarnos, por ejemplo, a defender a la OMC sin modernizar sus procedimientos, en particular en lo que respecta a las subvenciones estatales. Por último, hay temas nuevos, como la digitalización o la inteligencia artificial, en los que necesitamos urgentemente definir nuevas normas globales. Para poder impulsarlas tenemos que estar en una posición de fuerza y, además, definir un enfoque común, desarrollar argumentos y construir alianzas.

 

«No estamos obligados a elegir entre la multipolaridad, que es un hecho, y el multilateralismo, que es una ambición».

 

Todo ello para concluir que no estamos obligados a elegir entre la multipolaridad, que es un hecho, y el multilateralismo, que es una ambición. Aceptar la multipolaridad significa enfrentarse a la realidad de un mundo diverso y, también, dividido y conflictivo. Defender el multilateralismo consiste en rechazar los puntos de vista fatalistas y sumar nuestras fortalezas y las de nuestros socios para que las relaciones globales sean más fluidas, teniendo siempre en cuenta los intereses de Europa y los valores que los sustentan.

 

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